Palabras introductorias, por el Rev. Lazlo Edgar Montesinos:

Mucho se ha dicho y poco se sabe de la historia del Violinista del amor. Antaño conocido por nombres y sucesos que hoy prefiere olvidar, guió con su música a los pocos que quisieron escucharlo, pudiendo haber sido voz de una generación que prometía, pero que terminó rindiéndose a la inercia de la modernidad, cayendo ciegamente al vacío estéril de lo material. Rechazado, humillado y condenado por su fracaso, huye sintiendo en la carne la traición y el egoísmo del hombre. Lejos, solo y empobrecido, monta una pequeña destilería donde también enseña a los niños del pueblo las bondades de la música y las artes, y poco a poco comienza a predicar las santas escrituras, recobrando lentamente la fe y las ganas de vivir. Es, seguramente, cuando su alma ya estaba fortalecida por la palabra del Señor, cuando se produce el hecho que cambiaría su vida para siempre. Sueña que un ángel entra a su habitación, se sienta junto a él, lo besa en los labios y le dice simplemente estas palabras: "sólo el amor cambiará al mundo". Despierta sudando y afiebrado, y así continúa, repitiendo la frase providencial una y otra vez durante días y noches ante el estupor de quienes lo cuidaban. Cuando finalmente se recompone, decide regresar.

Después de años de exilio voluntario -alejado de escenarios, antros, y toda otra bulla escénica relacionada al eje del mal- toma su guitarra, su banjo y abandona su nuevo hogar rumbo a estas latitudes para cumplir su mandato divino. Largo y penoso fue el camino, y en su trayecto determina que las épocas de ascetismo ya habían quedado atrás. Ahora necesitaba una banda.

Rolandi, que desde hacía años dedicaba sus días a las ciencias biológicas, era la indicada para el bajo; las notas graves, el ritmo orgánico del mensaje. Las bases rítmicas, la dinámica, sólo podían ser conducidas por un experto en cuanto ritmo y clamor popular se hayan escuchado jamás en una ciudad, en un barrio, en una calle de pueblo. Y ese, sin dudas, era el Licenciado G. E. Renzi. Por último -y planeando tamaña causa- es menester que a toda melodía que algo diga le acompañe una respuesta, una constante réplica. El Violinista lo tenía claro, y claro tenía también que, en cuanto a guitarras se refiere, los únicos sonidos capaces de comprender y reproducir semejante aluvión de emociones eran los ecos y vibratos del inefable Removedor.

El combo estaba, ya, armado. Viejos zorros conocidos, la química entre ellos no se hizo esperar y fluyó desde el primer momento. Los ensayos y las prédicas en vivo se sucedieron en el clima de espiritualidad y fortaleza humana que la misión requería, y fue siendo momento de registrar el mensaje en un disco. Tildado de transgresor y fuertemente criticado por sus prácticas poco ortodoxas, fue rechazado por el poder institucional y la ayuda financiera no apareció. Así, el proyecto fue llevado a cabo gracias al aporte de los fieles ganados que, en busca de la salvación para su alma, colaboraron económicamente para que este documento que está en sus manos sea hoy una realidad. Para que el mensaje del Violinista sea tangible, inalterable. La inmortalización de un canto de alegría, de un grito de salvación. Presente, pasado y futuro de un ícono de la lucha por el amor utópico en tiempos de frialdad espiritual.